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Buscando la felicidad.

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Posted 04 September 2010 - 10:07 PM


BUSCANDO LA FELICIDAD

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por Francisco-Manuel Nácher


El hombre aspira a la felicidad permanente, que está seguro de que

existe y que intenta alcanzar a través del placer. Éste, sin embargo, es

fugaz, puntual, y nunca duradero, por lo menos el que proviene de causas

exteriores. Estudiemos el asunto con cierto detalle a continuación:

A.- Fijémonos en que la vida está, en realidad, compuesta de

adicciones, unas buenas y otras malas, que llamamos vicios. Pero

adicciones, al fin. El adicto se cree un ser libre que ”hace lo que

quiere con su cuerpo”. La realidad, si embargo, es muy otra porque,

precisamente, lo único que no es, es ser libre y, si bien puede sentirse feliz

en el momento de satisfacer su adicción, ésta lo tiene permanentemente

esclavizado. Así vemos que :

1.- El fumador ha de comprar el tabaco, tenga o no medios

para ello o tiempo y le apetezca o no.

Se siente mal cuando se abstiene.

Se desprecia íntimamente porque sabe que está minando su

salud y reduciendo su calidad de vida futura, si no su duración.

Se le hace patente su falta de voluntad para imponerse a su

vicio.

2.- El ludópata puede sentirse feliz mientras juega, pero

pronto se da cuenta de que ha dispuesto de un dinero que le hará falta

luego, a él o a los suyos, o que no era suyo, o que no podrá devolver. Y ya

no es feliz, con el desasosiego que todo ello le crea, más el permanente

tirón de la adicción que lo tiene esclavizado. Y la vergüenza ante sí mismo

por lo que está haciendo.

3.- El adicto al sexo puede tener momentos, - brevísimos –

de intensa felicidad, pero luego, pasados esos instantes, todo cambia y

vienen la indiferencia o las discusiones o el hastío o el alejamiento, para

volver a empezar y no lograr nunca sentirse plenamente satisfecho. Sólo le

cabe profundizar en su adicción, hasta llegar a la animalidad, a las

perversiones, quizás a la delincuencia... sin alcanzar nunca la plena

satisfacción a la que aspiraba.

4.- El drogadicto puede tener sus “vuelos” o su “resistencia

a prueba de cansancio” o lo que sea pero, pasados esos momentos, la droga

se cobra su precio y uno va perdiendo el dominio de sí mismo, las

energías, la lucidez, la ecuanimidad...y acaba en un submundo del que le

va a ser difícil salir.

5.- El poderoso - adicto al poder - puede sentirse

momentáneamente feliz, si alcanza cierta cota de él pero, enseguida se

dará cuenta de que:

- Sigue teniendo a alguien por encima, que coarta y limita ese

poder y, por tanto, le impide ser feliz permanentemente.

- Las circunstancias externas le imposibilitan el ejercer su poder

libremente y le están continuamente limitando su ejercicio.

- Su propia conciencia, sus convicciones íntimas, su ideario, su

religión, su educación y, sobre todo, su miedo a perderlo, le impiden

disfrutar de ese poder omnímodamente con lo que, por definición,

deja de ser ‘’poder’’.

-

6.- El famoso – adicto a la fama - puede sentirse

momentáneamente feliz si adquiere cierto renombre, pero pronto se

percata de que es imposible hacer durable ese placer, pues

- La fama peligra cada instante y el conservarla o aumentarla

exige tal esfuerzo, tal entrega, tales sacrificios, tales

hipotecas en tiempo, libertad, intimidad, etc., que hacen

imposible la felicidad.

-

7.- El rico – adicto a la riqueza - puede, por un tiempo,

sentirse feliz si alcanza determinado nivel de posesiones, pero pronto ve

que:

- La preocupación que supone su conservación, no le deja

disfrutarla.

- El deseo de incrementarla, que lleva anejo, le subyuga y hace

infeliz.

- El miedo a perderla le impulsa a cometer actos injustos, de

explotación de sus semejantes, que le impiden ser feliz de modo

permanente.


8.- Uno puede sentirse feliz temporalmente dando pábulo a

cualquier deseo de cualquier tipo (causar envidia, vengarse de

alguien, etc.). Pero, inmediatamente, pasado ese instante de satisfacción

íntima y quizás intensa de felicidad, uno se ve obligado a un esfuerzo

considerable para procurarse el próximo instante feliz, y ese esfuerzo

necesario le impide serlo mientras se esfuerza.

Resulta muy significativo que el suicidio se dé con tanta frecuencia

entre gente acomodada, famosa, poderosa, con un status envidiable para

los demás.

B.- ¿No existe, pues, la felicidad? En lo externo, no. Basados en lo

externo, no hay posibilidad sino de determinados momentos, y muy breves,

de pseudofelicidad.

Entonces, ¿cómo se logra? Si no está en lo externo, habrá que

buscarla en lo interno. Y lo lógico, aceptada esta afirmación, sería buscar

en lo interno con el ahínco con que se suele buscar en lo externo.

Pero, ¿qué es lo interno? Lo interno es lo más importante, lo más

valioso que tenemos, porque es nosotros mismos.

Imaginad un ojo o una lupa o un telescopio o un microscopio. Los

cuatro son capaces de ver multitud de cosas, próximas o lejanas, grandes o

pequeñas. Toda su existencia se la pasan viendo cosas, enfocando cosas,

haciendo posibles verdaderas maravillas. Pero no lo saben. No tienen la

posibilidad de verse a sí mismas viendo cosas. Ni siquiera de verse a sí

mismas, con lo cual se ven privadas de la felicidad inmensa que, el saber

de qué son capaces y el hacerlo conscientemente, podría proporcionarles.

Si la lupa diera valor sólo a un determinado objeto, hasta el punto de

no ver ningún otro, estaría limitando su capacidad de ver y, por tanto, su

capacidad de ser feliz viendo otros miles de objetos, quizás más hermosos.

De todos modos, sin embargo, seguiría teniendo la facultad de ver y de

aumentar cuanto quisiese. Y eso es, precisamente lo que ocurre con la

vida, tal como la vive la mayor parte de los hombres: Pendientes sólo de un

aspecto, el externo, de lo que dicen o hacen o piensan o sienten los demás,

se alejan, insensible pero inevitablemente, de lo que ellos mismos son o

piensan o hacen o dicen o sienten:

Tratamos de hacer propia la felicidad que el cantante de turno nos

asegura sentir, o su propio dolor; y hacemos propios los pensamientos del

pensador o escritor; o nos emocionamos con las emociones del actor; o nos


identificamos con el gozo que, aparentemente, les producen, al rico la

ostentación, al famoso la fama o al poderoso el poder.

Pero eso no deja de ser lo que sienten y experimentan y viven los

demás. ¿Qué es, entonces, lo que sentimos y pensamos y hacemos y

experimentamos nosotros? ¿Qué aportamos de nuestra propia cosecha?

¿Hasta qué punto somos capaces de conocernos y de saber realmente cómo

somos, puesto que ya sabemos cómo son los demás? ¿Es que sólo los

demás sienten o piensan o hacen o son humanos? ¿Es que no tenemos en

nuestro interior potencias suficientes para generar nuestros propios

pensamientos y nuestras propias emociones y nuestros propios actos?

¡Pues claro que las tenemos!

El problema está en que, llevados por los innumerables estímulos que

la vida actual hace llegar a nuestros sentidos, nos alejamos, cada vez más,

de nuestro propio ser y llegamos a olvidarnos completamente de que

somos seres iguales o incluso mejores que aquéllos a los que tanto

admiramos y cuyos pensamientos, emociones y actos hacemos

estúpidamente nuestros.

Entonces, ¿hemos de cerrar los ojos, taparnos los oídos y dejar de

pensar? No. Todos esos estímulos están ahí y debemos recibirlos y

aceptarlos, pero reconociendo que pertenecen a las vidas de otros.

Lo que hemos de hacer nosotros, una vez percibidos esos estímulos, esas

imágenes o palabras o ideas es, encerrarnos con nosotros mismos y sacar

nuestras propias conclusiones, nuestras propias ideas,

nuestras propias lecciones. Lo mismo que hace la planta, que:

recibe la lluvia, la acepta y la absorbe, pero luego la elabora, es decir, le

saca el jugo mediante sus propios procesos internos. Y esa absorción y esa

elaboración son las que la hacen crecer. Nadie podrá discutir que la lluvia

hizo crecer a la planta. Pero nadie podrá ya reconocer aquella lluvia en esa

planta que, gracias a ella y a su elaboración interna, la ha convertido en

savia y ha sabido desarrollarse. Claro que la planta hace todo esto de modo

inconsciente y exento de libertad, obedeciendo simplemente las leyes

naturales, y el hombre, en cambio, tiene la posibilidad de hacerlo

conscientemente. El hombre puede, si quiere, verse a sí mismo. Y puede

estudiar su propia composición, su propia estructura, su propio

funcionamiento y, además, puede actuar libremente y “mirar o enfocar o

aproximar o aumentar’’ lo que desee.

Y ahí está el secreto. Porque esa posibilidad es lo que le habilita para

ser feliz, siempre que se dé cuenta de que la felicidad no estriba.


[size="4"]los objetos, más o menos valiosos, que pueda ‘’ver’’ (puesto que eso lo

hacen el ojo, y la lupa y el microscopio y el telescopio y no son felices por

ello), sino en el hecho de saber que puede verlos y puede verlos

cuando quiera. Es el conocer sus propias capacidades lo que puede

hacer feliz al hombre, al margen de lo que pueda hacer. Es el saber que es

libre, que es creador, que existe al margen de las cosas, más allá de las

cosas, que no tienen por qué esclavizarlo ni someterlo ni siquiera

influenciarlo, porque no son más que objetos externos que uno puede

manejar, pero que no participan, ni pueden ni podrán nunca participar de

nuestro ser, ni podrán afectar a nuestra facultad de verlos ni a nuestra

libertad de mirarlos o no. Están fuera, son instrumentos, son accidentes,

nos son ajenos y, si les damos valor, nos dominarán y, si no se lo damos,

los dominaremos.

La actitud del hombre corriente, pues, persiguiendo las cosas,

viviendo exclusivamente en lo externo, no representa más que una especia

de ilógica e irresponsable huída hacia delante.

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